Libro Autor Lamberto Maffeí
Editor Alianza
PRIMERA EDICIÓN 2017
LIBRO RECOMENDADO
Si
en "Alabanza de la lentitud" el neurobiólogo Lamberto Maffei rompe
una lanza a favor del provecho y adecuación que para toda actividad humana,
pero especialmente la relacionada con los procesos cerebrales, tiene el no
dejarse arrastrar por el vértigo de la vida actual, en "Elogio de la
rebeldía" –obra en cierto modo complementaria– llama la atención acerca de
los perjuicios que el estilo de vida que nos viene impuesto, mediatizado en
gran parte por estímulos y demandas constantes, pantallas y clics, causa
también a un espacio fundamental de la actividad cerebral y, por extensión,
humana: aquel que demanda no sólo una conexión afectiva y efectiva con los
demás, sino también con la naturaleza, el clima y la realidad física que nos
rodea. Arte, ciencia, cultura, son expresiones de rebeldía, de libertad, de un
cerebro que no es pasivo y conforme, sino que quiere ir más allá, y esto, nos
explica Maffei, «es expresión del cerebro lento, del cerebro del tiempo y del
lenguaje, del diálogo con los demás»
Autores y Colaboradores
Lamberto Maffei (Autor/a).
Alejandro Pradera (Traductor/a)
En
la introducción hemos tomado lo siguiente:
“Para
que un pensamiento cambie el mundo, primero tiene que cambiar la vida de quien
lo concibe. Tiene que convertirse en ejemplo”
Anotado por Albert Camus
En
Carnets, enero de 1942 marzo de 1951
Un
día iba de Jerusalén a Jericó, o mejor dicho, de Pisa a Lucca, en un autobús de
la empresa Lazzi: los apósteles se habían quedado en casa, cansados y
desesperados porque el pueblo ya no los seguí, y los hombres pecaban, traicionaban,
robaban, mataban exactamente igual que hoy en día; yo no paraba de rezarle al
Señor para que me permitiera obrar un milagro y convencer a los hombres de que
tenían que respetar los valores que Él les había dado, la honestidad, la
solidaridad, el amor por el prójimo, decían, pero el Señor no me escuchaba
porque al hombre se le había concedido el libre albedrío, un reglado demasiado
grande y demasiado pesado, como dijo el Gran Inquisidor en Los Hermanos Karamazov
Repantigado
en el asiento trasero del autobús, dejaba que mi pensamiento vagara por los
senderos de la fantasía y de la memoria, y por las ventanillas veía los prados
llenos de luz y de flores: la primavera había estallado de repente
Cuántos
mundos hay en el mundo, el de las aves, el de los peces y el de los hombres y,
dentro de este, el mundo de los ricos y el de los miserables, el de los
enfermeros y el de los que empuñan un fusil. Busco al hombre, decía Diógenes el
cínico (Sinope, 412 a. C. – Corinto, 323 a. C.), cuando salía por las calles y
las plazas de la ciudad de Atenas a plena luz del día con su farol. En cambio
yo, a bordo del autobús de la empresa lazzi, me buscaba a mí mismo, e intentaba
recomponer estos collages de pensamientos confusos que se agolpaban en mi
mente. Tenía un indudable sentimiento de rebeldía hacia una sociedad con la que
no me siento en sintonía, dominada por el dinero, y donde la cultura obedece a
unos contables que por su profesión son más sensibles a las cuentas que al
pensamiento o a los sentimientos. Los hombres vuelven a adorar una vez más al
vellocino de oro, han olvidado al Señor, y ya no respetan las palabras de
Moisés, que acarrea con dificultad las pesadas leyes escritas en piedra, para
que el tiempo no las borre, pero los hombres, como ocurre en el Ensayo sobre la
ceguera, de José Saramago, se han vuelto todos ciegos, o tal vez es que
ya no saben leer
Yo
también, con mi estrecha visión de ciudadano, miope por mis ojos y por mi
cerebro, atormentado por las dudas como todo ser pensante, veo las tablas de la
ley hechas añicos, y quisiera llamar a Aarón para protestar e intentar remediar
la situación, pero no veo a nadie y me quedo solo y desconsolado
No
obstante, llevo conmigo mi ordenador portátil, un smartphone de última
generación, no necesito a los apóstoles, puedo comunicarme con quien me
apetezca, no tengo que acarrear las pesadas tablas de la ley, y gracias a Google
puedo leer cualquier cosa que se me antoja en Internet, comunicarme con
personas a las que no veo y que acaso ni siquiera conozco. Tengo la impresión
de que es igual que comunicarse en el desierto, donde la voz se propaga sin obstáculos,
pero se la lleva el viento, y se pierde en los oídos sordos de la arena
En
este espíritu de inquietud y de rebeldía se me antoja que lo de estar cerca de
todos y de todo ha destruido o deteriorado la maravilla ante lo nuevo, ante el
encuentro, y cuando uno pierde el don de maravillarse se vuelve pobre, incluso
tal vez desesperado, y se pregunta cuál es el sentido de su viaje terrenal si
se le priva del deseo de explorar. Paradójicamente, la tecnología y la globalización
ha creado soledad, provocada por un exceso de estímulos, por una saturación de
todos los receptores, y en particular de los auditivos y visuales, que inducen
una actividad frenética del cerebro, y con ello le han quitado espacio a la
reflexión, o incluso han impedido la libertad del pensamiento, saturado por los
estímulos sensoriales, como por ejemplo las conexiones a Internet o la
televisión
Una
soledad que podríamos denominar la paradoja de la soledad, puesto que en
apariencia es todo lo contrario. Es la soledad de un cerebro que, solo en una
habitación, envía y recibe noticias únicamente a través de mensajeros
instrumentales informáticos, pero que a menudo ha perdido el contacto afectivo
con los demás. El cerebro excesivamente conectado es un cerebro solo, porque
corre el riesgo de perder los estímulos fisiológicos del ambiente, del sol, de
la realidad palpitante de vida que le rodea
Esa
es la soledad de los más jóvenes, pero también se ha creado una soledad casi
inversa, aquella en la que los receptores con el exterior acaban crónicamente
infraestimulados, lo que provoca una menor actividad cerebral y un
funcionamiento deficiente del cerebro
En
efecto, un cerebro carente de estímulos es un cerebro prácticamente en coma,
porque es la estimulación, incluida la endógena, por ejemplo la estimulación
procedente de la memoria, lo que incrementa la actividad cerebral, provocando
la activación de múltiples cadenas moleculares, que son la base necesaria de la
vida del pensamiento. Un ejemplo habitual es la situación de muchos ancianos
condenados a una vida solitaria, debido a la moderna organización, o
desorganización, de la vida familiar, y empobrecidos, también a raíz de los
rápidos avances tecnológicos en el campo de las comunicaciones, que ellos no
han sido capaces de seguir, y que en cambio son fácilmente asimilados por los
jóvenes. La jerga técnica de la informática, propia de los hijos y de los
nietos, llega hasta el extremo de dificultar la conversación en familia, si es
que por suerte existe. Esa soledad puede ser también la causa o un factor
determinante de patologías como la depresión o de distintos tipos de demencia
senil. Y, como dice Martin Buber, la vida de un yo resulta difícil sin un tú. Ese
tipo de soledad no es exclusivamente propia de los mayores, sino habitual entre
ellos, y es la típica y común soledad de un anciano
Yo,
que soy anciano, no me siento en armonía con este mundo. Me siento débil, y sin
embargo soy fuerte en mis esperanzas y mis propósitos, y experimento un
sentimiento de rebeldía contra la injusticia, contra las cosas horribles que me
parece ver crecer en mi prójimo y en mí mismo
Los
apósteles llevaban un mensaje de renovación, la buena nueva que iba a cambiar
el mundo, devolviéndole la dignidad a los pobres, o por lo menos la esperanza
de un futuro. Era la rebelión de Jesús con las armas del amor. Puede que también
la buena nueva se pierda en los oídos sordos de la arena, y que también sea un
engaño, pero ha señalado un camino, que no está empedrado de violencia sino de
comprensión, y despierta ese mínimo de justicia y de moralidad que los genes
han escondido dentro de cada uno de nosotros. Es posible que todas las palabras
le hayan sido dadas al hombre para engañlarse a sí mismo y a los demás, como
dice Voltaire (1694 – 1778), pero hay palabras consoladoras y palabras arrogantes:
las primeras pueden ser un eficaz placebo en la enfermedad, y las segundas, su
agravamiento. ¿Por qué razón la evolución habrá pensado en las palabras? Los
animales, que carecen de ellas, se comunican entre sí a grandes rasgos, pueden
comunicar violencia, ferocidad, dolor, pero nunca engañan ni mienten. Cabe destacar
que el lenguaje de signos de los sordomudos es más genuino, y no logra ocultar
las emociones y las mentiras, miente aunque se esfuerce por no dejar traslucir
sus emociones, como por lo demás también ocurre con la circulación
cerebral, que sin embargo resulta más difícil
de detectar. El cerebro, más antiguo que las emociones, no es capaz de mentir
Pero
el desarrollo más reciente del hemisferio del leguaje, del hemisferio de la
racionalidad, permite hacer malabarismos con las palabras a nuestro antojo para
superar la barrera de la racionalidad de nuestro interlocutor y engañarle,
estafarle. Ese juego, el de engañar al prójimo, es tal vez uno de los más
laboriosos de la inteligencia. A menudo se invocan la claridad y la
transparencia de los contenidos en los mensajes políticos o administrativos,
porque el ciudadano tiene derecho a saber la verdad, pero todo lo contrario,
tanto los políticos como los burócratas han inventado su propio lenguaje,
abstruso y difícil, carente de racionalidad comunicativa, precisamente para que
el mensaje resulte confuso. Se llega al absurdo de que hagan falta
especialistas para interpretar sus discursos o sus escritos, e incluso los
propios burócratas raramente coinciden en sus interpretaciones. El cerebro, el
sentido común, la crítica, la honestidad están en rebeldía
Cuando
la palabra pierde su aura de cuento, cuando apunta directamente a la maquina de
la razón, entonces es ciencia. No obstante, también en ese caso se recurre, o
se debería recurrir, a la descripción matemática o al lenguaje de la lógica
para estar seguro de no caer en las trampas de la palabra. La palabra se parece
al enamoramiento, una trampa maravillosa: es como si, en palabras de José
Saramago a propósito de la vida entera, en un determinado punto de su camino,
la evolución hubiera decidido que, para ser hombres, era necesario asumir
riesgos, y nos hubiera regalado esa trampa
No
obstante, el hombre se dio cuenta de que la palabra viajaba por el aire y con
el viento hasta una distancia bastante limitada, casi exclusivamente hasta que
uno podía ver a su interlocutor
Quiso
entrar en la obra de Dios y mejorarla, para poder hablar muy lejos, al otro
lado de los océanos, para poder enviar mensajes a cualquier lugar y a una
velocidad increíble, para poder comunicarse incluso con los hombres en el
espacio
Si
las palabras pueden ser el medio para engañarnos a nosotros mismos y a los
demás, los medios de comunicación inventados por el hombre no le van a la zaga.
Por añadidura, tienen el agravante de que no es posible medir la resistencia
eléctrica de un interlocutor distante ni aplicarle técnicas de neuroimagen. El progreso
de las comunicaciones ha traído consigo como efecto secundario negativo también
el aumento de las posibilidades de engañar al prójimo
Las
sirenas de los medios de comunicación, esa nueva categoría de prostitutas, muy
a menudo están a sueldo de los empresarios adinerados y de los bancos, o peor
aún, de la propaganda política de un dictador. A veces esos medios están en
números rojos pero, en contra del sentido común, reciben subvenciones porque
resultan indispensables para la manipulación del pensamiento. Es cierto que
existen medios de comunicación que intentan sacar a la luz los grandes engaños,
pero son de una fuerza menor, y en lo referente a la prensa escrita, tarde o
temprano no tienen más remedio que cerrar, como estamos viendo constantemente
Estoy
en rebeldía y me da miedo pensar en un posible aumento drástico de mi oscilante
tensión arterial
Ya
es de noche, me asomo a la ventana y debajo del cerezo, con el calorcito de
mayo, las luciérnagas han hecho su aparición. Es una alegría para la vista y
para el alma, y mis recuerdos se centran en los héroes de mi juventud y en Pier
Paolo Pasolini, que, con sus ojos de poeta había vislumbrado posibles desastres.
Atrapo una luciérnaga y, como hacia de niño, la pongo debajo de un vaso, para
que mañana me regale por lo menos ¡una pizca de esperanza!
ÍNDICE:
Introducción
1.
La
gran telaraña
2.
¿Qué
diría Galileo?
3.
Idolatría
del dinero
4.
Condenados
a dormir
5.
Plutocracia
6.
La
rebelión de la razón
Créditos
FICHA TÉCNICA:
1
libro
128
páginas
En
formato de 12 por 18 cm
Pasta
delgada en color plastificada
Primera
edición abril 2017
ISBN
9788491047049
Autor
Lamberto Maffei
Editor
Alianza
FAVOR DE PREGUNTAR
POR EXISTENCIAS EN:
Correo
electrónico:
Celular
y WhatsApp:
6671-9857-65
Gracias
a Google por publicarnos
Quedamos
a sus órdenes
ELOGIO DE LA REBELDÍA
No hay comentarios:
Publicar un comentario